Sarmiento: la educación como asunto público.

 

Por Joaquín García Marquillas

Manuel Gálvez titula, sin rodeos, “Sarmiento el hombre de autoridad” a su trabajo biográfico de principio del siglo XX.  Transitados estos años de democracia, sabemos que la autoridad como tal siempre se disputa. En este caso, el legado de Sarmiento debe ponerse siempre en consideración y bajo la lupa.

Como ante todo prócer, nuestra mirada debe escabullirse entre el monumento de bronce que se erige en demasía  y el “ataque vandálico” que se perpetra con el afán de eliminarlo. Tampoco se trata de “lo bueno” y “lo malo”, porque existen situaciones que no admiten titubeos mientras que otras quedan abiertas sin posibilidad de ser clausuradas.

Lo acontecido en el año 2020, y que aún no ha dejado de acontecer, dejó al descubierto muchas “verdades”, intuiciones y problemas que debemos reparar. La educación es un caso ejemplar y notorio. Aún, conociendo de cerca el esfuerzo y las voluntades de quienes intentamos sostener la escuela, la tragedia educativa se ha vuelto inexorable. Y no es que quiera hablar con tono apocalíptico, pero es que, suspendida la materialidad de la escuela, quienes asistíamos a ella quedamos a la intemperie.  Párrafos apartes merecerían una discusión de las políticas educativas implementadas ¿qué se hizo? ¿qué se pudo hacer? ¿qué faltó? ¿qué se logró?...

Entendiendo que transitamos tiempos mejores, por lo menos desde hace unos meses, y sabiendo que la escuela apuesta nuevamente a reconstruir vínculos, posibilitar tiempo y espacio para la palabra y el saber, es que creo conveniente mirar nuevamente a Sarmiento.  Porque remitirnos al pasado permite darle otra vuelta a los problemas del presente.

Luego de realizar sus viajes por Europa y EE.UU, a pedido del gobierno chileno, Sarmiento elabora una propuesta fundamental para la construcción de un sistema educativo, que quedó plasmada en su obra “La Educación popular”. De ella me interesa recuperar la siguiente cita:

La condición social de los hombres depende muchas veces de circunstancias ajenas de la voluntad. Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan por la educación recibida en su infancia, preparádose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados.

Esta selección es claramente arbitraria, pero notamos algo crucial para sostener ante nuestro tiempo: la educación no es un asunto individual, es,  fundamentalmente, un asunto público, que reconoce obligaciones y habilita derechos. Porque la escuela, aunque tan ninguneada, sigue siendo para quienes asisten a ella, una posibilidad de torcer el rumbo y mejorarlo, contar con algunas herramientas para salir al mundo.

Otro texto merecería exponer los desacuerdos con Sarmiento, sus diagnósticos y sus modos de considerar y definir a los sectores populares, sus posicionamientos políticos.  Pero hoy me interesa pensar y definir la educación como asunto público y por lo tanto, responsabilidad del Estado y la Sociedad Civil.

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