Entre la Academia y la Divulgación, ¿qué hacer?


Por Joaquín García Marquillas


Al borde del fin de año de 2019,  leo en Twitter una discusión que  inicia la historiadora Camila Peronchena en torno a una afirmación de Felipe Pigna, con el que titula su podscats, y que dice así: “Peronismo un tema al que la Academia le huye”.   
Por la naturaleza del formato de la red social, los hilos de conversación que se desprenden claramente no proponen un debate que pueda zanjar la cuestión de fondo. Y tan histérico y cómico se torna por momentos el intercambio que incluye la intervención de Fernando Iglesias  recomendando a Peronchena su propio libro, “Es el peronismo estúpido”.
Aún, en las malezas de esta conversación, se puede intentar abrir, separar y tratar de dilucidar una cuestión no menor para quienes nos ocupamos de la docencia en historia, entendida esta como una tarea ligada profundamente a la transmisión y la reflexión sobre las relaciones  pasado/presente/futuro.

La divulgación histórica
Siguiendo el trabajo de Serman, P; Merensón, S. Noel G.(2009), podemos definir las producciones de divulgación histórica como una  literatura histórica de masas, con características estéticas propias que guardan estrecha vinculación con el contexto socio-histórico en el que tienen lugar. Esto da cuenta de su carácter político-ideológico. Además, constituye un producto sometido a las reglas del mercado y los medios de comunicación que es por dónde particularmente se difunden.
El caso emblemático lo constituye el historiador Felipe Pigna, quien a partir del programa Algo Habrán Hecho y sus libros Los mitos de la Historia Argentina desarrolló una producción masiva de gran alcance e influencia, aprovechando, además, las diferentes redes sociales. Su portal web elhistoriador.com explicita que cuenta con 854,137 fans en Facebook; 320,014 seguidores en Instagram; y 405,778 en Twitter; 20,939 suscriptos en Youtube.
Claro está que el fenómeno de la divulgación histórica no es para nada nuevo. Otro gran divulgador ha sido Felix Luna (1925-2009), fundador de la Revista “Todo es Historia” y quien escribió, entre muchos otros tantos libros, “El 45” (1969), obra fundamental para pensar el peronismo.
Pero, deteniéndonos en el contexto actual, quisiera enfatizar lo siguiente: la masividad que tienen estas producciones las convierten en referencias claves para un público amplio que incluye a nuestros estudiantes y, por supuesto, a los docentes. Omitir esto es una fatalidad. 

La divulgación y la Academia
La Academia se conforma a partir de un conjunto de instituciones (Universidades, Conicet) que están ligadas a la producción de conocimiento y su legitimación, cuya circulación e intercambio tiene lugar en revistas especializadas, jornadas, congresos, etc. Ciertamente este conjunto no carece de disputas y mucho menos es un todo homogéneo. 
Por su parte la divulgación, entendiéndola como un campo específico con sus propias reglas, se diferencia del campo académico. Ambos mantienen un claro conflicto abierto en la definición del trabajo del historiador y la producción del conocimiento histórico.
Gabriel Di Meglio (2011) realiza una reflexión potente para pensar la articulación entre ambos campos, considerando la divulgación como una apuesta necesaria y fundamental para trazar un vínculo entre un público amplio y no especializado y los saberes que se producen en la Academia. Esto nos permite habilitar otra mirada y pensar esta actividad como instancia de democratización del conocimiento.
Sin embargo, y esto es una dificultad insalvable, y mejor que sea así, en las góndolas que nos exhibe el mercado nos encontraremos con productos de todo tipo. Y aquí aparece la pregunta, ¿qué hacer?

La literacidad crítica como propuesta
Al margen de una discusión entre quienes utilizan la pertenencia a la Academia como criterio de autoridad y por otro, quienes hacen uso de su popularidad para revelar “novedades”, nos queda una reflexión fundamental que nos debemos hacer como lectores.
Evidentemente no podré señalar criterios para decir qué leer y qué no. No persigo ese fin y no sería para nada democrático.
Pienso como importante detenerme en la actividad propia que hacemos frente a estas producciones y para ello me sirvo de una categoría trabajada por la pedagogía crítica cuya referencia principal es Paulo Freire, esto es, la literacidad crítica.  Cassay, D (2015) la define de este modo “la gestión de la ideología de los discursos, al leer y escribir. Bajo el concepto de literacidad englobamos todos los conocimientos, habilidades y actitudes y valores derivados de uso generalizado, histórico, individual y social del código escrito.”. En este sentido, la lectura y escritura se entiende como práctica social, que explicita las relaciones de poder en los discursos.
Desde este lugar, el trabajo del lector exige: a) contextualizar de las producciones y presentación de los autores; b) distinguir acontecimientos, interpretaciones y opiniones; c) reflexionar sobre la veracidad de las fuentes y evidencias; d) distinguir las intenciones o ideologías y las fuentes;  e) distinguir manipulación y denuncia; f) descubrir e interpretar silencios.  (Satisteban, et. al ; 2016)
Otra cuestión central para pensar principalmente los trabajos de divulgación es considerar la relevancia que adquiere el medio, los materiales y el formato en el que se inscriben ya que operan como determinantes. Por ejemplo, un documental difiere de un podscast, un libro o una revista.

A modo de conclusión

La discusión referida al principio derivó en una reflexión que se fue al margen de lo que se puso en cuestión.  Se buscó explorar y abrir una veta que se torna problemática en nuestra tarea ligada a la docencia en historia.
Aún con las diferencias que podemos trazar entre la academia y la divulgación histórica, los puentes entre ellas son necesarios y en esto el mercado opera de un modo clave. La explosión de variedad y heterogeneidad nos demanda a los lectores un trabajo complejo.
La literacidad crítica postulada nos sirve como propuesta, aunque resulte compleja, el detenimiento que exige puede resultar fructífero.
La lectura de los trabajos de divulgación histórica plantea por lo menos dos cuestiones problemáticas. En primer lugar, lo referido a su contenido, considerar qué se dice  y también desde qué lugar se enuncia. En este punto entran en juego los criterios de veracidad, contextualización, posiciones historiográficas, entre otras. Además, debemos considerar que los trabajos de divulgación están muy ligados al contexto político y social en el que se inscriben. En este sentido, tener presentar el concepto de literacidad nos permite ahondar y visibilizar las ideologías/interés/posiciones políticas en pugnas.    En segundo lugar, lo referido a su forma puesto que en su proceso de elaboración resulta crucial.  

Bibliografía citada
  • Cassay, D (2015) Literacidad crítica: leer y escribir la ideología. En línea: https://www.researchgate.net/publication/251839730_Literacidad_critica_leer_y_escribir_la_ideologia
  • Di Meglio, Gabriel (2011). “Wolf, el lobo. Reflexiones y propuestas sobre la relación entre producción académica y divulgación histórica” en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, 8.
  • Satisteban, et. al. (2016) “Literacidad crítica sobre la información sobre los refugiados y refugiadas: construyendo ciudadanía global desde la enseñanza de las Ciencias Sociales.  García Ruiz, C.R. Arroyo Doreste, A.; Andreu Meidero, B. (edit.) Deconstruir la alteridad desde la didáctica de las ciencias sociales: educar para una ciudadanía global. AUPDCS/Universidad Las Palmas de Gran Canaria/entitema, 550-560.
  • Semán, Pablo, Merenson, Silvana  y  Noel, Gabriel. (2009). Historia de masas, política y educación en Argentina, en Clío & Asociados. La Historia Enseñada, 13, pp. 69-93.


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